En un país joven como Estados Unidos, sin huella medieval, donde es difícil encontrar un edificio anterior al siglo XIX, que celebra más la reinvención que el pasado, este jueves se sintió el peso de la historia. Fue en el juicio a su presidente, Donald Trump, que arrancó en el Senado después de meses de investigación y votaciones en la Cámara de Representantes.

El tercer impeachment a un presidente de EE.UU. se inauguró con pompa y formas añejas. Los siete diputados demócratas elegidos por Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, para dirigir la acusación contra Trump, llegaron a la cámara alta un poco antes del mediodía. Atravesaron en procesión, con ceremoniosidad, los pasillos y vestíbulos del Capitolio que separan el Senado de la Cámara, sus cuerpos reflejados en el mármol, bajo la mirada de los retratos de los padres fundadores. Fue el mismo paseo que hicieron en la víspera, para entregar en la cámara alta los artículos del impeachment, los cargos por los que se juzgará a Trump por «graves delitos y faltas».

El grupo iba comandado por Andrew Schiff, que preside el Comité de Inteligencia de la cámara baja y dirigirá la acusación contra el presidente en el juicio del Senado. La entrada en el hemiciclo fue de alta gravedad, reunidos los poderes estatales de la primera potencia mundial: los senadores, los representantes de la acusación de la cámara baja y el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, que dirigirá el juicio. El jefe del ejecutivo y acusado, Donald Trump, no estaba en la sala, lo que hubiera completado la cúpula de los tres poderes. Pero su nombre se oyó y su presencia se sintió cuando Schiff leyó los cargos ante el pleno del Senado, el pistoletazo de salida del juicio.

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