El régimen de Nicolás Maduro, que se ha destacado por la manera autocrática como ha violado todos los derechos a la oposición en Venezuela, que ha maltratado por acción y por omisión a todos aquellos que no rezan textualmente por su cartilla, que ha condenado a millones de sus compatriotas a vivir en la miseria y la desesperanza, cuando no los ha arrojado prácticamente fuera de su patria para poder sobrevivir, ahora decide que quiere dialogar para encontrar soluciones a la crisis en que su gobierno, y el de su antecesor, han sumergido a la otrora nación más próspera de América Latina.
Nunca le interesó a Maduro sostener un diálogo honesto y abierto con nadie que no hiciera parte de su entorno de áulicos y aduladores, que dicho sea de paso, han aprovechado la proximidad del poder para enriquecerse haciendo uso de los más vergonzosos artilugios de corrupción. No estuvo interesado en reconocer el mandato que la sagrada voluntad popular le concedió a la Asamblea Nacional, que es hoy la única entidad verdaderamente elegida por voto popular soberano en toda esa nación. Por el contrario, ordenó a sus matones, entrenados y comandados por La Habana, para que se dieran a la tarea de perseguir a los miembros de ese cuerpo colegiado, de la misma manera que han aterrorizado a los miembros del Tribunal Supremo de Justicia, en buena hora nombrados acertadamente por esa misma Asamblea Nacional.
Tampoco le ha parecido procedente reconocer la autoridad del Presidente Encargado Juan Guaidó, proclamado de acuerdo con la constitución vigente, esa misma que el partido único de Chávez acomodó a su manera, y que en apenas pocas horas había logrado el apoyo y reconocimiento de más de 50 países, los mismos que rechazaron por fraudulentas las elecciones que resultaron en una victoria espuria de Maduro el año pasado.
Ahora que siente pasos de animal grande, Maduro dizque quiere un diálogo, a instancias de los diplomáticos de Noruega, que buena voluntad tendrán mucha, pero que en su naturaleza escandinava nada entienden de cómo funciona la mentalidad de la gente que ejerce el poder en este lado del Atlántico, más específicamente a orillas del Caribe. Si no, que lo digan en Colombia, donde unos supuestos diálogos de paz, con el acompañamiento teóricamente imparcial de Cuba, Venezuela y la misma Noruega, resultaron prácticamente en una capitulación del gobierno colombiano a favor de unos guerrilleros narcoterroristas, que a la hora de negociar contaron con el apoyo de Cuba y Venezuela, y con la vista gorda de Noruega.
Razón tienen quienes afirman que en la Venezuela de hoy lo único susceptible de negociación son la fecha y las condiciones de salida de Maduro y su pandilla de matones. Quiera Dios que ni se les ocurra aceptar propuestas absurdas del régimen, como el cuento falso de adelantar unas elecciones “libres y justas” que nunca se van a realizar. Si Maduro, que nunca antes lo había considerado, ahora está dispuesto a negociar con la veeduría de terceros, es porque las presiones a las que lo vienen sometiendo ya están surtiendo efecto. Lo correcto entonces es seguir adelante con esa estrategia, hasta conseguir que se vayan de una vez por todas.

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