Por Geovanny Vicente Romero

19:51 ET(23:51 GMT) 4 June, 2020

Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor. Lea más notas de opinión en: CNNE.com/opinión.

(CNN Español) — Retomar la lucha inconclusa con el sueño de Martin Luther King Jr., y algunos con los métodos de Malcolm X.

Vivir en Washington, la capital de Estados Unidos, no solo te brinda innumerables oportunidades de apreciar la memoria histórica y cultural de esta gran nación construida sobre la base de la inmigración y por ende, de la diversidad. Del mismo modo, te ubica en el centro de las noticias, del debate político, del proceso de toma de decisiones que impactan a todo el globo terráqueo y ¿por qué no? también te deja en el mismo epicentro de las protestas que se inician en cualquier ciudad estadounidense o en cualquier rincón del mundo, pues aquello que se le atribuía al antiguo Imperio Romano cuando decíamos “todos los caminos conducen a Roma”, muy bien podría cambiarse por “todos los caminos conducen a Washington”. Especialmente cuando se trata de protestar y alzar la voz en nombre de los que han sido silenciados por décadas, recordemos la gran marcha en Washington por el trabajo y la libertad, en 1963.

Ver manifestaciones de todo tipo (generalmente protestas) frente a la Casa Blanca es tan normal como ver las calles aledañas cerradas, cuando pasa la caravana presidencial durante las entradas y salidas que hace el presidente número 45 a la residencia número 1600 de la avenida Pensilvania. Total, Estados Unidos no es solo la “tierra de las oportunidades”, es la casa de la democracia y aunque su sistema presidencialista es fuerte, no es absoluto. La ciudadanía tiene derecho a la libertad de expresión consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución. Siempre que no sea con la intención de desestabilizar al Gobierno.

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Lo que sí me resulta totalmente nuevo en todos mis años residiendo en la capital de la nación, fue ver edificios en llamas, cristales rotos en los comercios y edificios importantes, carros destruidos y una juventud racialmente diversa movilizada de forma espontánea y enérgica. ¿Podríamos culpar a todos estos manifestantes de todos los daños a la propiedad privada o deberíamos separar los que luchan genuinamente por la causa de los que aprovechan el momentum para vandalizar? Es necesario separar el trigo de la cizaña. La destrucción de la propiedad privada o pública es injustificable.

Ver la iglesia Episcopal San Juan, a escasos metros de la Casa Blanca, prendida en fuego mientras el presidente Donald Trump usaba el poder de su oficina y de su investidura para seguir añadiendo gasolina a un fuego más peligroso que el de los edificios, hizo que me pasaran por la cabeza diferentes escenarios que no le deseo a esta nación. Este siniestro del que hablo, que resulta ser más atroz que cualquier otro y que viene acumulándose por siglos, no es otro que el odio plantado en el corazón de una parte de la población estadounidense, pues -como sabemos- nadie nace racista. Realmente aprendemos a ser racistas, lo pasamos a nuestros hijos y luego ellos lo ejercen sin misericordia ni empatía.

No pude evitar pensar que de seguir por ese derrotero, el presidente Trump pudiera tener su propio “momento Hosni Mubarak”, como aquel líder egipcio que cuando nadie se lo esperaba fue obligado a renunciar, más que por un golpe de Estado (algo inimaginable en Estados Unidos), en Egipto una ciudadanía decidió salir a las calles y no regresar a casa hasta que el dictador regresara a la suya también, de forma definitiva. Si el pueblo no recibe el respeto que merece, nada puede sorprendernos. Esto lo digo sabiendo que ya EE.UU. tuvo un ensayo de estos en 2019 con una de sus minorías y su gobernador, la comunidad latina en Puerto Rico. Hoy lo que se vive está protagonizado por la comunidad negra, la más impactada con sucesos como los de Minneapolis, y este grupo racial sirve como espejo perfecto para lo que también viven los hispanos y, ni se diga, la comunidad nativa estadounidense, que son los olvidados por la historia y sus escritores.

Lo ocurrido a la vista de todos, en relación con George Floyd, de raza negra, ha sido la punta del iceberg. La gente no está reclamando nada nuevo, pues como dijo Will Smith en 2016, “el racismo no está volviéndose peor, simplemente está siendo filmado”. Puede que nadie en el Gobierno se esperara este efecto dominó surgido en Minneapolis. A Trump parece no importarle la opinión de la oposición. Para que Trump entre en razón se necesita oposición interna. Su gabinete le haría un gran favor a la patria si tuviese la gallardía de renunciarle.

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Es un gran dilema para muchos y, por supuesto, me produce tristeza ver vandalismo en mi ciudad, pero igual quiero que las protestas organizadas continúen – siempre pacíficamente– porque nos llevarán a la creación de una mejor sociedad, una más justa, una más empática. Pero los que siempre saben encontrar una excusa para no unirse a la exigencia de igualdad siguen haciéndose la misma pregunta: ¿son vándalos los manifestantes? Sí, algunos lo son, pero la gran mayoría no. Algunos protestan por hambre de justicia, otros saquean aprovechando el delito de oportunidad, que generalmente es más frecuente cuando la economía va en picada y el desempleo toca el techo.

Como he dicho antes, esto que el movimiento #BlackLivesMatter exige no es una lucha nueva, más bien es una lucha inconclusa. Es una batalla social reivindicativa que el reverendo Martin Luther King Jr. planteó en su discurso “I Have a Dream” (1963), un sueño para que algún día blancos y negros puedan sentarse en la misma mesa sin los primeros mirar a los segundos por encima del hombro. Un anhelo que Malcolm X trató de lograr por “los medios que sean necesarios” (1964), una conquista que ya mucho tiempo atrás venía siendo trabajada por algunos blancos como el presidente Abraham Lincoln con su emancipación de 1863 (100 años antes de “I Have a Dream”) y por muchos negros como Frederick Douglas, quien dejó claro que “sin lucha no hay progreso”.

La gente se cansó de soñar y mi temor es que aquel sueño de King sea relegado a la teoría y al idealismo y que en la práctica logremos esta conquista con los mecanismos justificativos de Malcolm X, personaje que, dicho sea de paso, despierta mi admiración y respeto por su lucha, pero sin olvidar que él también pronunció aquel discurso titulado “The Ballot or the Bullet” (“El voto o la bala”) para aquellas situaciones en las que los negros vean su derecho al voto impedido.

Yo no pienso que en esta coyuntura podríamos llegar a un escenario como el que planteba X, pero siempre he dicho que la voluntad ciudadana se expresa en las urnas o en las calles y esto se está dando en nuestras calles con las protestas nacionales. Para las urnas ya llegará su momento como lo establece la Constitución, en noviembre de este año Donald Trump podría pagar un alto precio por su irreverencia, indiferencia y apatía con casos como el de George Floyd o el de Charlottesville, cuando en 2017 se requería que el presidente asumiera una posición en el conflicto entre el grupo de blancos supremacistas y/o neonazis y con los que contaban con el apoyo de gran parte del país que se opuso a las actividades de estos grupos.

Si Estados Unidos no elimina sus desigualdades de una vez por todas, y si tampoco repara sus profundas grietas sociales, estará condenado a ser una gran nación cuyo objetivo será producir riqueza y no felicidad.

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Entre las pocas cosas positivas que podemos señalarle al covid-19, encontramos el hecho de que ha demostrado que la comunidad latina es tan esencial como la garantía de la seguridad alimentaria de esta gran tierra, hoy nadie puede negarlo. Como tampoco nadie puede desconocer que la enorme riqueza de esta nación fue construida sobre las espaldas de los esclavos negros que no solo trabajaron la tierra gratis y de manera forzada, sino que también construyeron los símbolos emblemáticos y las grandes columnas que con elegancia lucen los magníficos monumentos del orgullo estadounidense. ¡Cuánto daría por no escribir esta columna en el año 2020, cuánto daría por referirme a la historia y no al presente!

Para mí, el racismo es un sistema tiránico que mata y, como decía un grande que nos regaló la humanidad: “Cuando me desespero, recuerdo que a través de la historia, los caminos de la verdad y del amor siempre han triunfado. Ha habido tiranos, asesinos, y por un tiempo pueden parecer invencibles, pero al final, siempre caen”. ― Mahatma Gandhi.

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