Vivimos tiempos muy difíciles. Como nunca antes, atravesamos una etapa de polarización que parece no tener fin. Una democracia como la americana, casi perfecta -ninguna lo es- se ha visto abocada a un conflicto sin precedentes, simplemente porque un grupo de los vencidos en las más recientes elecciones rechaza, a toda costa, cumplir con la regla básica del juego y aceptar su derrota. Pero hay algo todavía más grave que podría llevarnos a consecuencias verdaderamente lamentables y es la manera vergonzosa como los medios de comunicación han asumido el papel que les cabe en medio de esta crítica situación.

Hasta donde yo aprendí, ejerciendo mi labor de periodista, el papel de los medios es presentar los hechos, de la manera más objetiva y entregar al público la mayor cantidad posible de elementos de juicio, para que cada persona pueda sacar sus propias conclusiones. Miren bien que, cuando hablamos de la mayor cantidad posible de elementos de juicio, estamos considerando obviamente la visión de los hechos desde diferentes puntos de vista. Es por eso que un buen periodista, cuando cubre una noticia, debe consultar diversas fuentes, en la medida de lo viable antagónicas, para reflejar de la mejor forma los acontecimientos en cuestión. El buen periodismo parte de la premisa de que no existe una verdad revelada. Mi verdad puede estar diametralmente opuesta a la de otras personas y eso no significa necesariamente que una de las partes esté equivocada. Simplemente, como bien reza la sabiduría popular, una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando.

Personalmente me preocupa que el nuevo “periodismo,” ese tan rápido e inmediato que inflama las redes sociales, deja muy poco espacio a la profundidad y a la investigación. Y es que en 140 caracteres no caben los antecedentes, mucho menos el desarrollo de una noticia, de manera que decidieron aplicarnos de una vez sus dosis de conclusiones. Ya no hay espacio para que pensemos y analicemos, ya de una vez vamos saltando a aceptar como propias las conclusiones ajenas. Esto no es nuevo, claro que no. Desde hace tiempo lo venimos denunciando. Un par de décadas atrás, cuando Pablo Escobar y el cartel de Medellín prácticamente monopolizaban la información que se originaba en Colombia, tuve que acompañar un par de veces a grupos de colegas que iban allí a hacer reportajes sobre lo que estaba sucediendo. Me sorprendió muy negativamente ver que no les interesaba para nada enterarse de lo que en realidad acontecía. Ellos habían salido de su sala de redacción con la conclusión ya definida de que Colombia era un narco estado, y todo lo que necesitaban eran las imágenes que les sirvieran para rellenar sus informes.

Es exactamente lo mismo que nos está sucediendo hoy. Si un canal de televisión está comprometido con un grupo político o el otro, las noticias acaban presentándose sesgadas para favorecer al que corresponda. Pongo un ejemplo: la cantidad de público que asistió a la ceremonia de inauguración presidencial el 20 de enero. Unos canales mostraron imágenes donde aparecían centenares de miles de personas, otros enseñaron panorámicas donde no había prácticamente nadie. Una de las dos partes miente, y de esa mentira surgen toda una serie de interrogantes y el más importante es: ¿qué pretenden lograr con sus mentiras? Nada bueno, sin duda.

A nosotros los periodistas, y a los medios como instituciones, nos cabe la tarea de informar sin prejuicios y sin segundas intenciones. Debemos, naturalmente, cumplir con una función crítica, porque de alguna manera representamos a nuestro público en ese propósito. Pero es muy importante recordar siempre que nadie nos eligió representantes para defender políticas ni oponernos a ellas. Y el deber de criticar y buscar aproximarnos el máximo posible a la verdad, no es el único que nos cabe. Tenemos otros, tanto o más importantes. Como ciudadanos, estamos en la obligación de defender la estabilidad de nuestras instituciones, y en nuestra condición de comunicadores, todavía más.

Lo último que esta nación necesita en esta hora complicada es medios que exacerben los sentimientos de los ciudadanos, que sigan enfrentándonos a unos contra otros, sobre todo cuando el proceso electoral ya se cumplió y los resultados son irreversibles. Quiera la Divina Providencia que un espíritu siempre crítico, pero más constructivo, se apodere de los medios, que sigan cuestionando sin extremismos, que no tengan tampoco reparos para elogiar lo bueno cuando quepa, que guarden niveles apropiados de respeto para no ofender a nadie, que se cuestionen a sí mismos también y pregunten si lo que publican en realidad informa, o simplemente indigna, y que cumplan su función informativa con profesionalismo y compromiso con su público y con nadie más, para beneficio de todos los que tenemos nuestro hogar en esta nación. Censura nunca, responsabilidad siempre.

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